Desnuda al cerrar la puerta recibías como recompensa un vano rosario de palabras. Dile que vuelva. Dile que venga y presente al respetable sus magnificas nalgas rosadas la ronca voz y la canción de entonces.
La rocas de las riberas del marciano río Tinto crean a veces formas caprichosas. No hay que ser muy ingenioso para imaginar la cabeza de un rinoceronte.
Incluso podemos encontrar en el agua hasta lo que podría parecer un huevo de dinosaurio.
Los querubines tienen las piernas cortas y los pies chiquitines. La escala celeste debe tener peldaños a su medida. La iglesia de Trigueros les proporciona justo lo que necesitan para sus traviesos juegos en las alturas.
Los almendros que hay en el camino de las vías ya muestran la esperanza de un fruto cierto, como decía fray Luis de León.
Las buenas temperaturas hacen que los jaramagos alegren la vista de los que se acercan al Pilar de la Media Legua; y además llenan los estómagos de los pájaros.
Permitidme que cambie el tercio. Hoy os quiero recitar un poema que, me parece, es el sentimiento amoroso en su esencia más pura. Ángel González nos regala estas palabras para que les pongamos nosotros las imágenes:
ME BASTA ASÍ
Si yo fuese Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño —de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso—; entonces,
si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando —luego— callas... (Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta).